miércoles, 30 de diciembre de 2015

primera carta del apóstol san Juan 2,12-17:

Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre. Os he escrito, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, los jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo –las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero–, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

San Juan habla en la Primer Lectura, en un lenguaje paternal, lleno de ternura, de la diferencia entre lo espiritual y lo mundano, entendiendo por mundano lo que excluye a Dios, lo malo. A Dios lo llama “el Padre”; a lo mundano, “el mundo”. Así como el mundo es el hogar donde tenemos que vivir nuestra espiritualidad, lo mundano, lo opuesto a Dios y a su Reino, es incompatible con el Padre, que quiere que vivamos en el mundo sin contaminarnos con el mal.
¿Cómo sabemos que estamos entre los que amamos al Padre y, sobre todo, entre los que somos amados por él? San Juan, no sólo en esta Carta, sino en todos sus escritos, insiste en los detalles que marcan toda la diferencia, particularmente en el amor a los hermanos (Cfr. 1Jn 2,8-11). Lo contrario también se nota muy pronto; en general, todo lo que está en contra de la voluntad del Padre.
San Juan, nada más nacer Jesús, nos pide que no huyamos del mundo, que lo amemos, que lo trabajemos, que lo mejoremos, que lo liberemos; o sea, que imitemos, también en esto, a Jesús a medida que recordamos y celebramos sus parábolas, sus milagros, sus gestos, sus encuentros, su compasión y su misericordia. No importa que no todos piensen como nosotros y, por lógica, no actúen según criterios evangélicos. Nosotros, siempre con respeto y, al mismo tiempo, con determinación, a secundar los intereses del Reino, a dejarnos llevar por el Espíritu. Y, siempre que podamos, a provocar, con respeto, repito, para que los que no piensan como nosotros lleguen a interpelarse y preguntarse el porqué de nuestra vida y conducta, facilitándoles que puedan llegar a la Buena Noticia del Evangelio.

Lo que haces puede ser el único sermón que algunas personas escuchen hoy.
(San Francisco de Asis)

Alégrese el cielo, goce la tierra

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.

Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.» 


martes, 29 de diciembre de 2015

Lucas 2,22-35:


Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, corno dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»






La vida cotidiana de una familia judía del siglo I de nuestra era. Obligaciones rituales que debían cumplir tras el nacimiento de un hijo. ¡Purificación de la mujer! y “rescate” del hijo primogénito que se ofrecía al Señor.
Ritos acompañados de ofrendas materiales que hacían del Templo de Jerusalén “una casa de ladrones” como Jesús denunciará cuando sea adulto…
Pero José y María cumplen lo que está establecido con toda naturalidad, con la mejor de las voluntades, con el deseo de ser fieles al Señor.
De la misma manera, en esa casa del Señor que se presta a todo tipo de actividades ajenas al encuentro con Él, encontramos un personaje (mejor dos aunque en la lectura de hoy no aparezca) cuya vida, larga ya, se ha convertido en una espera pura, desinteresada y anhelante de la salvación que el Señor ha prometido. Y también esa realidad se da en el Templo.
Simeón y Ana han deseado tanto al Salvador, han escudriñado cada pequeño signo de su presencia a lo largo de tantos años, que han adquirido la capacidad de ver la LUZ de la salvación allá donde otros no ven nada. Y su vida se ve cumplida, plena, feliz, en el encuentro con un niño que externamente no ofrece ningún signo que pueda identificarlo con “aquel que ha de venir”.
Ojalá el deseo más profundo de nuestro corazón nos conduzca al encuentro con la salvación que viene a nosotros en la persona de un niño que no tiene nada, no puede nada…



Recuerda que cuando dejes este mundo, no puedes llevarte nada que hayas recibido; solo lo que has dado.
( San Francisco de Asis)

 Alégrese el cielo, goce la tierra

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo. 



lunes, 28 de diciembre de 2015

carta del apóstol san Juan 1,5-2,2




Queridos hermanos: Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.





Con frecuencia, las dificultades y angustias de la vida nos hacen experimentar nuestra propia debilidad. Atrapados en trampas que nosotros mismos tejemos pedimos imposibles a la vida, esperando de ella lo que nosotros no somos capaces de darle. Y nos preguntamos, ¿por qué Dios lo permite? Hombres libres nos hizo y como hombres libres nos respeta y acompaña. Somos dueños de nuestras propias elecciones. A nadie hay que culpar. Pero Él sigue ahí y, al final, su soplo nos inspira hasta sacarnos de nuestras tribulaciones o, tal vez, nos inspira nuevas formas de afrontarlas, nosotros mismos. Por eso, siempre «nuestro auxilio es el nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra.»




Predicar el evangelio en todo momento y cuando sea necesario usar palabras.
(San Francisco de Asis)


Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros. R/.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes. R/.

La trampa se rompió, y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R/.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Lucas 1,67-79:



En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»


  • Nos visitará el sol que nace de lo alto

«Zacarías lleno del Espíritu Santo», es esta plenitud de Espíritu la que lleva a Zacarías a profetizar, a hablar movido por la acción de Dios, a entonar un himno individual, con el que celebra los beneficios de Dios a favor de su pueblo.
La redención que Zacarías profetiza es la realización de la promesa que Dios hizo a Abraham, y que María proclamó en el Magníficat.
El Espíritu de Dios ilumina a Zacarías sobre la misión de su hijo y sobre el futuro que con él se anuncia.
Zacarías alaba a Dios con citas del Antiguo Testamento, pero que están dotadas de nuevo contenido pues:
• por una parte es un cántico escatológico que anuncia los grandes hechos de Dios a favor de los hombres, y,
• por otra parte es un cántico natalicio que formula parabienes por el día del nacimiento del niño, y, anuncia la misión de este niño cuando sea ya mayor.
La respuesta humana a las obras de Dios no puede ser sino la alabanza de Dios.
Dios escogió a Israel entre todos pueblos de la tierra, como pueblo de su propiedad, lo ha guiado con especial amor, y lo ha destinado a ser una bendición para todos los pueblos.
Dios quiere intervenir en la historia de su pueblo aportando la salvación por medio del Mesías. Juan preparará su venida y su obra salvadora y redentora.
Alborea ya el tiempo mesiánico, el pueblo empieza a palpar la misericordia con que Dios se interesa por su pueblo.
Por la misericordia de Dios “mañana” a todos nos despertará “la Aurora de lo alto”: EL MESÍAS.
Podemos preguntarnos:
¿Cuál es mi aportación a la obra salvadora de Dios?
¿Espero ser iluminado por el SOL que nace de lo alto?




Es en el dar que recibimos.
(San Francisco de Asis)

Cantaré eternamente tus misericordias, Señor

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.»

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.»

Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. 



Lucas 1, 57-66:


A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.»
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.



“La mano de Dios estaba con aquel niño”, y siguió estando cuando se hizo mayor, convirtiéndose, en palabras del Profeta Malaquías, en el siglo V antes de Cristo, en el “mensajero que prepara el camino del Señor”. Juan fue el heraldo que clama en el desierto, el testigo de la luz, la voz que proclama la conversión, la palabra que anuncia la llegada del Mesías, el Maestro que escoge un grupo de discípulos fieles que él se encargará de encaminarlos hacia “el que había de venir” y él testificaba.
Herodes es la antítesis de Juan. Lo fundamental para Herodes no era la verdad, ni la transparencia, ni la coherencia; sino el trono y su mantenimiento al precio que fuera. Herodes conocía a Juan, sabía de su rectitud y autenticidad y lo estimaba y escuchaba con gusto. Pero no le hacía caso. Amaba mucho más su bienestar, tal como él lo entendía, junto con el poder que le proporcionaba el cargo y puesto que ostentaba.
Lo que Juan hizo en su tiempo y cómo lo hizo es muy similar a lo que el Papa Francisco hace y cómo lo hace. Creo que la clave está en ser muy espirituales, y, sin dejar de serlo, ser también muy humanos. Humanos por los cuatro costados y enfrascados y dirigidos por el Espíritu, por su discernimiento, por su valentía, por su respeto y, particularmente, por su sincera y auténtica transparencia. Sin fuegos artificiales, sino con austeridad, desprendimiento, y con entusiasmo y autenticidad.
¿Qué papel juega en mi vida la espiritualidad, el Espíritu?
¿Me ayuda la espiritualidad a ser más humano y humanizador?


Donde hay caridad y sabiduría, no hay temor ni ignorancia. 
( San Francisco de Asis )


 Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza. 



martes, 22 de diciembre de 2015

Samuel 1,24-28:


En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor, de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino. El niño era aun muy pequeño.Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo: «Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo.» Después se postraron ante el Señor.


El texto del Primer Libro de Samuel nos relata la presentación de Samuel en el templo del Señor, cumpliendo con lo establecido en la ley, una presentación llena de gratitud por Parte de Ana, su madre, porque el Señor escuchó lo que ella le pidió.
Tenemos tanto que agradecer a Dios, Él siempre escucha nuestras súplicas, otra cosa es que nosotros seamos capaces de hacerlas, que lo que le pidamos sea realmente lo que nos conviene, que sepamos pedírselo, muchas veces creemos que nos lo merecemos sin más y no lo pedimos sino que lo exigimos.
Qué bueno es saber comenzar el día dando gracias y poniéndolo en manos de quien nos cuida en cada instante, a la vez que es bueno descubrir al final del día todo lo que hemos recibido y saber agradecerlo, incluso aquello que se nos ha ocultado y ser capaces de agradecerlo también.



La tentación vencida es, en cierto modo, el anillo con el que el Señor desposa consigo el corazón de su servidor.
(San Francisco de Asis)



Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador

Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria. 



jueves, 17 de diciembre de 2015

Mateo 1,18-24:


El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.



El asustado José, que no se esperaba la noticia del embarazo de su desposada María, quedó tranquilo, y suponemos que maravillado, después de las explicaciones del ángel. El hijo que llevaba en sus entrañas María era obra del Espíritu Santo, era el Enmanuel “el Dios con nosotros”. Para empezar el Dios con él y con María. Tuvieron en su hogar al Hijo de Dios.
Por supuesto, también el Dios con todos nosotros. Vino a esta tierra por nosotros, para regalarnos su luz y así disipar muchas de nuestras tinieblas y dudas que, a veces, nos asaltan.
Vino por nosotros, para regalarnos su amor y mostrarnos así el camino de amor que hemos de transitar en nuestra existencia terrena. Vino por nosotros, para decirnos que nuestra vida no acaba con la muerte, que quien le sigue resucitará y vivirá para siempre. El Hijo de Dios y de María, “el Dios con nosotros” vino para quedarse para siempre con nosotros, como nos lo demuestra en cada eucaristía, para que en todos los momentos, en los buenos y en los otros, podamos contar con su presencia amorosa. Dios ha hecho maravillas no solo con María sino con todos nosotros. Que la gratitud inunde nuestros corazones.


Comienza haciendo lo necesario; luego haz ,lo posible y de repente estarás haciendo lo imposible.(San francisco de Asis)

Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra. ¡Amén, amén! 



martes, 15 de diciembre de 2015

Mateo 21,28-32



En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor. " Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»





Estamos ante una parábola que comenta la postura y la actitud del pueblo judío, especialmente de los dirigentes, ante Jesús. Considerada en sí misma es muy sencilla. Se trata de un ejemplo antagónico que desemboca en la pregunta: ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Lo que vale delante de Dios no son las apariencias, ni las buenas intenciones, sino la práctica de la justicia que Dios quiere.
Los sumos sacerdotes y los ancianos, son los hombres del sí, dicen pero no hacen la voluntad de Dios. Ellos rechazaron a Juan y su mensaje de conversión. Por el contrario, los publicanos y las prostitutas, que viven a espaldas de los mandamientos de Dios, las personas del no, acogieron el mensaje de Juan y creyeron.
La parábola se utiliza para indicar la actitud que provoca el cambio del “decir” al “hacer”. En este sentido cumplir la voluntad del Padre está ligada al “hacer”; y el hacer al creer, que es lo que trae consigo el arrepentimiento.
Nos encontramos aquí al pueblo “humilde y pobre” al que hace referencia Sofonías. Gente que en apariencia no cuenta y sin embargo están dispuestos a responder ante la propuesta del Reino que trae Jesús. ¿Somos capaces de reconocer que nuestras palabras, lo que decimos y pensamos no siempre se corresponde con lo que hacemos?¿El “hacer” como proyecto de Dios en mi vida me ayuda en mi camino de fe?




"No peleen entre sí y con los demás, sino traten de responder humildemente diciendo, “Soy un siervo inútil." ( San Francisco de Asis)




Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias.
Pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. 




lunes, 14 de diciembre de 2015

Números 24,2-7.15-17a:



En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus.
El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo, de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.»
Y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel.»





En este relato del libro de los Números, vemos cómo el pueblo de Israel, una vez ha entrado en la tierra prometida, va conquistando poco a poco las ciudades. En esta ocasión Balac, rey de Moab, llama a Balaán, que es un adivino, para que maldiga a los Israelitas, les desee desdichas y pueda así librarse de la amenaza que se cierne sobre su pueblo.
Balaán se encomienda a Dios para que lo ilumine y únicamente puede cantar alabanzas del pueblo de Israel y, aún es más, se atreve a predecir que se alzará un Rey entre los Israelitas, probablemente David, que someterá al pueblo de Moab.
Aquí vemos cómo muchas veces los deseos se vuelven contra nosotros. En este caso Balac deseaba que el adivino transformado en profeta diera malos augurios a los que les amenazaban y cercaban, pero Balaán dice que solamente puede transmitir las palabras que Dios pone en su boca, que es todo lo contrario de lo que deseaba el rey de los moabitas.
Indudablemente, los deseos de los hombres no coinciden con los deseos de Dios.
En múltiples ocasiones, quizás guiados por el egoísmo o el miedo, intentamos conseguir cosas que luego no se materializan o nos sale al contrario de lo que deseamos.
Confiemos, pues, que Dios nos orientará hacia el camino que más nos conviene y hagamos como nos dice el salmista: «Señor enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas.»





 Preparad vuestro corazón con el fin de que el Divino Verbo hecho carne pueda nacer en él de modo espiritual. (San Pabo de la Cruz)



Señor, instrúyeme en tus sendas


Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
El Señor es bueno y es recto,
enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.



viernes, 4 de diciembre de 2015

San Mateo 9,27-31



Dos ciegos seguían a Jesús, gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David». Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe».Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!». Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.



Totalmente humanas, lógicas, nos parecen las dos reacciones de los dos ciegos del evangelio de hoy. La primera, piden a Jesús que les haga ver, que cure sus tinieblas, porque sin luz se camina mal. Qué más normal que el deseo de un ciego de querer ver. “Ten compasión de nosotros, Hijo de David”. La segunda, los dos ciegos, después de ser curados por Jesús, “hablaron de él por toda la comarca”. La que nos parece más enigmática es la petición de Jesús a los curados: “¡Cuidado con que lo sepa alguien!”. Los teólogos llaman a esta actitud el deseo de preservar “el secreto mesiánico”. No entremos ahora en este tema. Y sigamos diciendo que nos parece humana, lógica, normal la respuesta agradecida de los dos ciegos, proclamando ante todos que fue Jesús quien les curó.
Como la palabra de Dios es proclamada para los que la oyen, en este caso, para nosotros, podemos seguir el ejemplo de los ciegos y vivir sus dos actitudes. Pedirle al Señor que abra bien los ojos de nuestra cara, de nuestra inteligencia y de nuestro corazón para ver claro qué tenemos que hacer como seguidores suyos. Y que no dejemos nunca de ser agradecimos y reconocer y publicar todas la maravillas que Dios ha hecho y sigue haciendo con nosotros.






"Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible." ( San francisco de Asis )


Salmo. 26, 1.4.13-14 

El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación;
¿A quién temeré? Una cosa pido al Señor,
eso buscaré: Habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.