San Juan habla en la Primer Lectura, en un lenguaje paternal, lleno de ternura, de la diferencia entre lo espiritual y lo mundano, entendiendo por mundano lo que excluye a Dios, lo malo. A Dios lo llama “el Padre”; a lo mundano, “el mundo”. Así como el mundo es el hogar donde tenemos que vivir nuestra espiritualidad, lo mundano, lo opuesto a Dios y a su Reino, es incompatible con el Padre, que quiere que vivamos en el mundo sin contaminarnos con el mal.
¿Cómo sabemos que estamos entre los que amamos al Padre y, sobre todo, entre los que somos amados por él? San Juan, no sólo en esta Carta, sino en todos sus escritos, insiste en los detalles que marcan toda la diferencia, particularmente en el amor a los hermanos (Cfr. 1Jn 2,8-11). Lo contrario también se nota muy pronto; en general, todo lo que está en contra de la voluntad del Padre.
San Juan, nada más nacer Jesús, nos pide que no huyamos del mundo, que lo amemos, que lo trabajemos, que lo mejoremos, que lo liberemos; o sea, que imitemos, también en esto, a Jesús a medida que recordamos y celebramos sus parábolas, sus milagros, sus gestos, sus encuentros, su compasión y su misericordia. No importa que no todos piensen como nosotros y, por lógica, no actúen según criterios evangélicos. Nosotros, siempre con respeto y, al mismo tiempo, con determinación, a secundar los intereses del Reino, a dejarnos llevar por el Espíritu. Y, siempre que podamos, a provocar, con respeto, repito, para que los que no piensan como nosotros lleguen a interpelarse y preguntarse el porqué de nuestra vida y conducta, facilitándoles que puedan llegar a la Buena Noticia del Evangelio.
Lo que haces puede ser el único sermón que algunas personas escuchen hoy.
(San Francisco de Asis)
Alégrese el cielo, goce la tierra
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.»
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.»