jueves, 19 de noviembre de 2015

Macabeos 4,36-37,52-59


En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: «Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo.»
Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito. Durante ocho días, celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos. Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.



El pueblo de Israel, capitaneado por Judas el Macabeo, derrotó a sus enemigos y pudo volver a su tierra después de muchos años. El panorama que encontraron era desolador, todo estaba destrozado, pero lo que llenó su corazón de dolor fue comprobar el estado en que se encontraba el Templo.
Los israelitas estaban tan seguros de que había sido Dios quien les había regalado la victoria que llenos de alegría y con una profunda actitud de fe comenzaron por restaurar el templo, consagrando de nuevo su altar en el aniversario en que había sido profanado por los paganos.
Restaurar el Templo, cuando había tantas cosas que sanar y reponer, es un símbolo de la importancia que daba aquel pueblo a la vida de fe y al culto. Esto puede ser un estímulo para nosotros, que tal vez también tengamos la impresión de que hay que recomponer en nuestro tiempo diversas ruinas y recuperar valores que se van perdiendo: la dignidad y la igualdad de las personas, el bienestar material y cultural, el respeto a la naturaleza, etc. Pero no podemos olvidar los valores del espíritu. La Eucaristía dominical o la vida sacramental o el respeto al templo como lugar de oración, son buenos síntomas de que también cuidamos los valores más profundos de la vida cristiana, que abarca también los valores más humanos. El culto va unido al estilo de conducta y da cohesión a todo el conjunto de la vida personal y comunitaria.
Nuestro cuerpo es también templo de Dios y en nuestro interior se ha de levantar un altar en el que cada día ofrezcamos a Dios nuestra propia vida como una ofrenda agradable. Unidos a Él nuestra vida irá cambiando, nuestro rostro irradiará una paz y alegría que contagiará a quienes nos vean, querrán saber de dónde nos viene.




. Mirad vuestra nada y la maldad que hay en vosotros, raíz común a todos los hijos de Adán. Mirad ésta raíz como la capacidad de producir el más pestilente árbol de iniquidad.(San Pablo de la Cruz )


1Cronicas 29,10.11abc.11d-12a.12bed 

 Alabamos, Señor, tu nombre glorioso

Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra.

Tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria.

Tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos. 


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