domingo, 22 de noviembre de 2015

Daniel 1, 1-6. 8-20



El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió.
El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios.
El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos e inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas.
Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real.
Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales, pasarían a servir al rey.
Entre ellos, había unos judíos: Daniel, Anamas, Misael y Azarías.
Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación. El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo:
-«Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza. »
Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarias:
-«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado.»
Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres.
Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños.
Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio.
Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.




La lectura quiere destacar la protección de Dios sobre aquellos que le permanecen fieles. Daniel, Ananías, Misael y Azarías, en medio de la corte del rey de Babilonia, Nabucodonosor, no renuncian a su fidelidad a Yahvé, y no prueban los alimentos para ellos prohibidos, según la legislación judía. Y a los cuatro, con la protección de Dios, les fue bien.
Pero tenemos que reconocer que no a todos que son fieles a Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se les asegura que les va a ir bien en esta tierra. Algunos, los mártires de todos los tiempos, lo pagan con la muerte. Empezando por el mismo Jesús. El cariño de su Padre Dios no impidió que los hombres, con su libertad, le clavaran injustamente en la cruz. Pero su Padre Dios permaneció siempre con él, también le acompañó en la cruz. Su protección y amor le llevó a resucitarle al tercer día. Tenemos que aprender bien esta lección. Dios, nuestro Padre, siempre permanece con nosotros en todos los momentos de nuestro existir, nunca nos deja solos, siempre nos protege, lo que no quiere decir que todo en esta tierra nos vaya a salir bien. En nuestra historia, la nuestra y la de los demás, entra también en juego la libertad, la nuestra y la de los hombres que nos rodean, que pude ir en contra de lo que Dios quiere. Pero el final de nuestra vida no acaba con nuestro paso por la tierra. Nuestro Padre Dios, así nos lo ha prometido, nos resucitará como a su Hijo Jesús, a la plenitud de la felicidad.



Las disposiciones más próximas para la santa oración son: gran abstracción de todo lo que no es Dios, el perfecto despojo de todo lo sensible y mantenerse en la soledad interior. (San Pablo de la Cruz )


Daniel  3, 52. 53. 54. 55. 56 

 A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.

Bendito eres en la bóveda del cielo. 



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