viernes, 18 de septiembre de 2015

Lucas 8,1-3





En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. 




El evangelista Lucas nos presenta en este breve pasaje la pequeña comunidad itinerante que acompañaba a Jesús en sus viajes de predicación: los Doce y algunas mujeres.
A los Doce, sabemos por el Evangelio, que los llamó el Señor uno por uno y que dejándolo todo lo siguieron. De ellas, de las mujeres, no se dice cómo recibieron la invitación a seguirlo o si ellas se apuntaron por su cuenta. Sin embargo, sí comprendieron que para seguir al Señor había que dejarlo todo, es decir no debían tener nada en posesión, así leemos en el texto, que lo ayudaban con sus bienes, o sea, que pusieron sus posesiones al servicio de Jesús y de la comunidad.
 La codicia es la raíz de todos los males, porque el dinero esclaviza y nos impide vivir en libertad. El que está apegado a los bienes no puede servir al Señor, porque estará preocupado de aumentarlos y su corazón se cerrará a las necesidades de sus hermanos. Ellas lo entendieron bien.
Las mujeres de las que nos habla San Lucas son ejemplo para nosotros de un servicio agradecido. Jesús las ha curado y eso mueve en ellas el deseo de seguirlo de manera incondicional, de servirlo y de ayudarlo con sus bienes.




Es mejor no hacer caso del propio juicio ni de las propias impresiones; es necesario temer y vigilar, buscando hacer sólo la voluntad de Dios.

( San Pablo de la Cruz )

 Salmo 48

 Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos

 

 ¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate?

Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.

No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.

Aunque en vida se felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz. 

 

 



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