En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del
hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene
que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él
tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único
para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él.»
Celebramos hoy la fiesta de la exaltación de la cruz. Ciertamente, en
la cruz, Jesús padece un fuerte sufrimiento. Pero la cruz de Cristo no
es la exaltación del dolor, sino la exaltación del amor y de la vida. A
Jesús, que era hombre de arriba a abajo, no le gustaba sufrir. Cuando
injustamente las autoridades religiosas de entonces, en connivencia con
la autoridad civil, le condenaron a morir en una cruz, de entrada, Jesús
trató de no padecer ese dolor y en diálogo con su Padre Dios,
angustiado y atemorizado, así se lo pidió: “Padre, si es posible, pase
de mi este cáliz”. Y a él encomendó su suerte: “En tus manos, Padre,
encomiendo mi espíritu”.
Nos tenemos que preguntar cuál fue la causa de la cruz, por qué Jesús
murió crucificado en el Calvario. Jesús muere en la cruz porque las
autoridades religiosas no estaban de acuerdo con lo que predicaba,
presentando a un Dios Padre de toda la humanidad, no solo del pueblo
judío, por predicar el amor a todos los hombres de cualquier razón y
condición, incluidos los enemigos, por poner siempre el amor por encima
de cualquier otra actitud y cualquier otro valor, pidiéndonos que jamás
fuese derrotado por el odio, la vanidad, la raza, el dinero… Por
predicar de esta manera, le mataron. Si se hubiese callado y silenciado
su evangelio, no habría terminado en la cruz.
Nos debe, pues, quedar claro que la fiesta de la exaltación de la
cruz es la fiesta de la exaltación del amor y de la vida, a través del
sufrimiento del crucificado.
La cruz de Cristo es el triunfo del amor sobre el odio, la
injusticia, el desamor… Jesús desde la cruz siguió predicando el amor,
amando y perdonando incluso a los que le estaban crucificando. También
es el triunfo de la vida sobre la muerte. Jesús, desde la cruz, venció a
la muerte, resucitando al tercer día. A su viernes santo, a la cruz, le
siguió el domingo de resurrección.
Los cristianos, viviendo en amistad con Cristo, queremos vivir este
doble triunfo, queremos que el amor prevalezca en nuestra vida y que sea
el motor de todos nuestros actos y luchamos para que ni una gota de
desamor invada nuestro corazón, queremos vivir en nuestras personas el
triunfo del amor. También, siguiendo los pasos de Cristo, sabemos que
vamos a vencer a la muerte, que después de nuestros viernes de dolores,
nos espera el domingo de resurrección. Entonces saborearemos y
disfrutaremos del triunfo del amor en plenitud y de la vida en plenitud.
Jesús es nuestro Maestro y modelo, y nos espera la misma suerte que a
Él. Quien vive como Jesús, muere y resucita como Jesús. “Tanto amó Dios
al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de
los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
Fray Manuel Santos Sánchez
Permanezcamos en nuestra nada y no nos ensalcemos hasta que Dios quiera elevarnos.
(san Pablo de la cruz)
Salmo: 77
No olvidéis las acciones del Señor
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza,
inclina el oído a las palabras de mi boca:
que voy a abrir mi boca a las sentencias,
para que broten los enigmas del pasado.
Cuando los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia Dios;
se acordaban de que Dios era su roca,
el Dios Altísimo su redentor.
Lo adulaban con sus bocas,
pero sus lenguas mentían:
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza.
Él, en cambio, sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía:
una y otra vez reprimió su cólera,
y no despertaba todo su furor.