El apóstol Pedro, en su Primera Carta, hace referencia, también, al pacto de Dios Padre con Noé y ve en las aguas purificadoras del diluvio un anticipo liberador del agua del bautismo. Todo ello es muestra de la misericordia y paciencia de Dios con sus criaturas y de la acción salvadora definitiva de Jesús Nazaret que, con su muerte, nos salvó a todos
Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos --ocho personas-- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo de bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro, que llegó al cielo, se le sometieron los ángeles, autoridades y poderes, y está a ala derecha de Dios.
San Pedro en su Primera Carta se refiere a algo parecido. Pero su autoridad lo hace encíclica. Muchos esperaban la salvación desde los tiempos de Noé y hasta antes. Hay pues una relación muy válida, muy bien entretejida, entre los textos litúrgicos de hoy para, precisamente, enseñarnos. Eso es liturgia: oración y enseñanza. La Palabra de Dios sigue viva y es foco de aprendizaje para una vida mejor
Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios





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