miércoles, 2 de noviembre de 2016
Jn 6: 37-40 Jesús no rechaza a nadie
Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»
Al comienzo de este evangelio Jesús afirma que Él es el pan de vida. Agustín de Hipona nos dice que siempre tendremos hambre y sed de Dios. ¿No se llama al pan la “esencia de la vida”? Y Jesús comienza diciéndonos que Él es nuestro pan. Jesús critica a quienes no le creen: aunque me habéis visto, no me creéis. Sin una confianza y una fe profundas no se puede satisfacer el hambre y la sed de Dios. Jesús está ahí, siempre. Necesitamos aceptarle porque Él no echará fuera a nadie. Jesús quiere que entremos en comunión con Él. Se ofrece a sí mismo, completamente y para siempre. No tenemos que preocuparnos de no ser dignos, porque Él promete que no rechazará a ninguno. Esto es lo que Dios quiere. Y si aceptamos a Jesús, tendremos la vida eterna, donde nuestra hambre y nuestra sed serán saciadas.
Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Estas palabras de Jesús nos aseguran su presencia constante. Es posible que a veces nos preguntemos dónde está Dios. Dios está siempre ahí. No se va. Somos nosotros los que nos alejamos. Si somos honestos con nosotros mismos, debemos ver que somos nosotros los que hemos soltado nuestra mano de la mano de Dios. Pero no tenemos que preocuparnos. La voluntad de Dios es que Jesús no pierda ninguno de los que Él le dio. Perseveremos en la confianza en Dios.
Padre, bendícenos con tu gracia siempre constante. Que tu amor siempre nos abrace. Te pedimos que aceptes nuestras peticiones, aun cuando seamos desagradecidos. Ayúdanos a perseverar en la fe. Queremos amarte y estar contigo eternamente. Que Jesús nos encuentre siempre. Amén
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