jueves, 28 de enero de 2016

segundo libro de Samuel 11,1-4a. 5-10a.13-17



“Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron: Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita. David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: Estoy encinta. Entonces David mandó esta orden a Joab: Mándame a Urías, el hitita. Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo: Anda a casa a lavarte los pies. Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa.
Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera. Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita”.







  • Pon a Urías en primera línea… para que lo hieran y muera.”

¡Qué gran verdad la de que no hay más que un solo Dios! Y que todos los demás somos seres humanos, es decir, adornados de grandeza y de debilidad, capaces de lo mejor y de lo peor, a poco que nos descuidemos, con un corazón donde hay sembrado trigo y también cizaña.
La prueba clara de ello la tenemos en el rey David. Como veíamos el viernes pasado, fue capaz de hacer el bien, al no matar a Saúl “el ungido del Señor”, cuando lo tenía a mano. Hoy, por el contrario, vemos que comete una mala acción. Se atreve a matar a Urías, uno de los capitanes de su ejército, por quedarse con su esposa, a la que había dejado embarazada. No vale solo que nos indignemos con la deplorable y, a todas luces, injusta actuación de David. Repasemos nuestra vida. Repasemos nuestras fuerzas. No nos creamos todopoderosos a la hora de hacer el bien y evitar el mal. “El que esté en pie mire no caiga”. Tengamos claro que lo nuestro, lo que nos llena de sentido y de alegría es seguir nuestra conciencia cristiana, es seguir el camino trazado por Jesús de Nazaret. Recemos con intensidad el padrenuestro, pidiendo a nuestro Padre Dios que “no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal”. Si nuestras fuerzas flaquean y nos dejamos vencer por el mal, imitemos a David después de su pecado, dirijámonos a Dios con el corazón arrepentido, sabiendo bien que siempre nos acogerá y perdonará: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”. Sabiendo que Dios nos va a escuchar y perdonar porque “un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”.



Altísimo, omnipotente, buen Señor, 
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.


Misericordia, Señor: hemos pecado


Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa. 



miércoles, 27 de enero de 2016

libro de Samuel 7,18-19.24-29



Después que Natán habló a David, el rey fue a presentarse ante el Señor y dijo: «¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y, por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, mantén siempre la promesa que has hecho a tu siervo y su familia, cumple tu palabra. Que tu nombre sea siempre famoso. Que digan: "¡El Señor de los ejércitos es Dios de Israel!" Y que la casa de tu siervo David permanezca en tu presencia. Tú, Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho a tu siervo esta revelación: "Te edificaré una casa"; por eso tu siervo se ha atrevido a dirigirte esta plegaria. Ahora, mi Señor, tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar, y has hecho esta promesa a tu siervo. Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia; ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo.»



  • La ley divina fija el destino de cada persona

El profeta Natán es hebreo, posiblemente de la tribu de Leví y según el texto bíblico, vivió durante el reinado de David. Las profecías son comunes en el Antiguo Testamento y en concreto, la profecía de Natán (versículos anteriores al texto que nos ocupa) está proyectada a base de una contraposición, pues no será David quien edifique un templo a Dios (como se le había anunciado en esta profecía) sino que es Dios quien levanta una dinastía en la casa de David. La promesa está relacionada con la continuidad del linaje davídico sobre el trono de Israel.
Estos versículos del segundo libro de Samuel presentan una oración de alabanza y de acción de gracias por parte de David, en respuesta a la promesa de Yahvé. Nos encontramos con David que “se presenta ante el Señor”, un hombre que ora, alaba y da gracias. El texto sagrado nos expone la ley de Dios como destino de la persona, pero nosotros ante estas palabras, ¿qué hacemos? ¿qué decimos? ¿nos presentamos “ante el Señor” cada día?
¿Te has parado “ante el Señor” para orar? La oración nos sirve de reflexión para adecuar nuestra voluntad a la de Dios. Orar es hablar con Dios. Para nuestra oración puede ayudarnos el Salmo 131 (es un salmo mesiánico) en el cual las promesas hechas por Dios se presentan como la respuesta divina a un juramento hecho a David.


"Si tú, siervo de Dios, estás preocupado por algo, inmediatamente debes recurrir a la oración y permanecer ante el Señor hasta que te devuelva la alegría de su Salvación"
(San francisco de Asís)

 El Señor Dios le dará el trono de David, su padre

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob.

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractara:
«A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.»

«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.» 





martes, 26 de enero de 2016

segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-8:



Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido; te deseo la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Dios, a quien sirvo con pura conciencia, como mis antepasados, porque tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día. Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría, refrescando la memoria de tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú. Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mi, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios.





  • Dios nos ha dado un espíritu de fortaleza, caridad y templanza

Un bello texto de San Pablo en el que saluda a Timoteo y le da Gracias a Dios por su vida, por la fe que ha recibido de sus antepasados y que sigue viva en él, le aconseja que reavive el carisma por la imposición de las manos y reciba de Dios el espíritu de fortaleza, caridad y templanza.
En el mundo en el que vivimos, parece que todos somos capaces de solucionarlo o conseguirlo con nuestras propias fuerzas, pero no entendemos que hay situaciones que se escapan a nuestra fuerza, a nuestro entendimiento, a nuestro razonar. Ante estas situaciones nos derrumbamos y caemos en un sinsentido, porque no somos capaces de recibir ese espíritu del que habla Pablo y que da lo necesario para afrontar duras realidades que se nos presentan.
Queremos borrar el pasado, la historia, aquello que ha supuesto dolor para muchos y no entendemos que hacer desaparecer esas situaciones sólo provoca que vuelvan a vivirse, hay que aprender de los errores, somos conscientes de que no todo en la vida es acierto y felicidad, debemos entender que las equivocaciones, los sufrimientos pueden hacernos el bien de salir fortalecidos y saber afrontar los futuros problemas con más sabiduría.
Se nos da una fe que hemos recibido gratis, que nos las han transmitido los antepasados, sabemos que aquellos que descubren en esa fe el bastón para caminar, salen de muchas situaciones difíciles con más agilidad que los que no tienen donde apoyarse y caen sin tener algo que les levante.




Donde hay caridad y sabiduría, no hay temor ni ignorancia.
( San Francisco de Asís)


Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.


Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. 

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.» 




lunes, 25 de enero de 2016

evangelio según san Marcos 3, 31-35


Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar.
Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen:
- «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.»
El les responde:
- «¿Quién es mi madre y mis hermanos?»
Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice:
- «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»



  • Quien cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi madre.

Este pasaje del Evangelio siempre me pareció duro, porque se puede malinterpretar como un desprecio de Jesús a su Madre, pero cuando llegué a entender que realmente lo importante era descubrir que María era la Madre de Jesús porque ella cumplió la voluntad de Dios, fue capaz de escucharle y decir SÍ, entonces entendí que lo que Jesús decía de su Madre era un halago porque ella era el ejemplo más claro.
Las Palabras de Jesús dan sentido al término Madre y Hermano, no es cualquiera, no es ni siquiera la madre biológica, ni quien le ha criado, lo importante es que les une un vínculo más importante, la familia de Jesús no es únicamente una familia de parientes, unidas por un vínculo de sangre o de afinidad, sino es una unión que viene de lo más profundo, de quien es capaz de dar todo, de dar la vida para cumplir la voluntad de Dios, quien haga eso en cualquier parte del mundo será llamado hermano de Jesús, entrará a formar parte de su gran familia.
En la vida vamos encontrando personas que se van uniendo a nuestra historia, que van formando parte de nuestra vida, algunos puede que los veamos una sola vez, pero las experiencias compartidas hacen que se formen unos lazos que ni la distancia ni el tiempo se puedan borrar. Los cristianos, estemos donde estemos tenemos esa unión a través de la Palabra, que nos hace miembros de una misma fe, que nos aporta sentido a la existencia y que a pesar de razas, costumbres, lugares, la Palabra prevalece por encima de todo lo demás.
¿Somos capaces de descubrir el espíritu que Dios nos ha dado? ¿Nos sentimos hermanos, hijos de un mismo Dios? ¿Escuchamos a Dios descubriendo su voluntad y hacemos lo posible para ser coherentes con lo que nos pide?



Comienza haciendo lo necesario; luego haz ,lo posible y de repente estarás haciendo lo imposible. ( San Francisco de Asís )



Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.


Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.» 



Hechos de los Apóstoles 22,3-16



En aquellos días, dijo Pablo al pueblo: "Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los castigaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Yo pregunté: "¿Quién eres, Señor?" Me respondió: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues." Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: "¿Qué debo hacer, Señor?" El Señor me respondió: "Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer." Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco.
Un cierto Ananías, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: "Saulo, hermano, recobra la vista." Inmediatamente recobré la vista y lo vi. Él me dijo: "El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados.




En este relato de los Hechos de los Apóstoles, el propio Pablo nos relata de forma detallada, el cambio que sufrió su vida al salirle al encuentro Jesús.
Saulo que fue un judío devoto y ferviente, con una gran formación en la religión hebrea, incluso actuando como un integrista defensor de su fe, persiguiendo a los primeros cristianos y, se supone que, siendo testigo del martirio del diácono Esteban. Un hombre que solicitó permiso a los sumos sacerdotes para ir a Damasco y traer prisioneros a Jerusalén a los seguidores de Jesús, sufre un cambio radical en su vida, cuando tiene una experiencia de encuentro con «el resucitado» y queda cegado por un resplandor sobrenatural.
Pablo, a partir de ese momento, pasa a ser uno de los más firmes anunciadores de la Buena Noticia, llevando a casi todo el mundo conocido el mensaje de Jesús y su Evangelio.
Este es uno de los ejemplos más claros de cómo puede cambiar nuestra vida, cuando tenemos una autentica experiencia de fe.
No es necesario sufrir una ceguera como Pablo, basta con que abramos nuestro corazón y digamos a Jesús como hizo María: «aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad».
No debemos aferrarnos a las seducciones que en esta vida se nos puedan presentar, tenemos que estar dispuestos a seguir a Jesús y ser sus testigos en medio del mundo.
No importa cómo nos hemos comportado con anterioridad, lo importante es saber decir que SÍ y tomar, como divisa, el amor a los demás, ayudar, acompañar, compadecer, estar siempre dispuesto a trabajar por el otro, aunque no recibamos nada a cambio, al contrario, siempre con la alegría de sabernos transmisores del mensaje de Jesús.


Toda la oscuridad en el mundo no puede apagar la luz de una sola vela.
( San Francisco de Asís) 

Id al mundo entero y proclamad el Evangelio"

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. 


lunes, 4 de enero de 2016

evangelio según san Juan 1,35-42



En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»




Cuando leemos la elección de los Apóstoles, sentimos que esa es también una elección que Jesús nos hace a nosotros, una llamada personalizada que nos dirige como en este fragmento evangélico. Dos de los discípulos de Juan, cuando éste les dice: «He ahí el Cordero de Dios», persiguen a Jesús hasta que Jesús se vuelve y les dice: «¿Qué queréis?» Ellos le respondieron: «Maestro ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis» La valentía de los primeros discípulos que siguen a Jesús sin condiciones, sin apenas conocerlo, con la fe de haber encontrado al Cordero de Dios, al Mesías-Cristo, es un gran acicate para nuestra experiencia viva de fe. Nosotros hemos conocido a Jesús por la fe trasmitida, y sabemos que sigue vivo entre nosotros. Tenemos su promesa de que siempre permanecerá con nosotros que nos enviará su Espíritu. Pero hoy también, como los primeros Apóstoles, conviene preguntarle: ¿Dónde vives? ¿Dónde tenemos que buscarte? ¿Cómo sabremos que estamos cerca de Ti, en tus cosas, en las cosas del Padre? Y al igual que los primeros apóstoles, conviene que nos vistamos de la vida y del mensaje de Jesús, de la fuerza del Resucitado, para tener valor de anunciar la gloria de Dios, el evangelio de la nueva creación, del hombre nuevo, el amor que Dios quiere que reine entre todos los hombres para construir un Reino de salvación, un Reino de Justicia.
Hemos sido elegidos para dar testimonio del Señor, para vivir su vida y ser testigos del amor que Dios nos manifestó en su hijo. Que nuestras obras y nuestra palabra sean testimonio de esa elección, de esa amistad con que el Padre nos ha gratificado.


Toda la oscuridad en el mundo no puede apagar la luz de una sola vela.
( San Francisco de Asís )

 "Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios"

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes.

Al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.